Comenta Jordi Borja, al hablar de la ciudad como espacio público,
“La ciudad es ante todo el espacio público, el espacio público es la ciudad. Es a la vez condición y expresión de la ciudadanía, de los derechos ciudadanos. La crisis del espacio público se manifiesta en su ausencia o abandono o en su degradación en su privatización o en su tendencia a la exclusión. Sin espacio público potente, integrador socialmente, articulador física y simbólicamente, la ciudad se disuelve, la democracia se pervierte …“ (Revolución y derechos ciudadanos. Alianza Editorial, Madrid – España. 2013)
El estallido social que inició el 28 de abril del 2021 en Colombia parece coincidir con la anunciada aceleración de los procesos históricos a causa de la pandemia por Covid-19, y que se ponen de manifiesto con la crisis de la posmodernidad.
La ola de protestas y manifestaciones en Colombia trae consigo una necesidad urgente de reivindicación de distintos sectores y una imperiosa intervención de los distintos niveles de la administración pública nacional, regional y local. Este estallido social, que tiene como epicentro a la ciudad de Santiago de Cali, ha coincidido en llamarla capital de la resistencia.
La protesta es un proceso democrático espontáneo, y como tal merece una respuesta institucional desde la democracia de acuerdo con los acuerdos internacionales ratificados por Colombia. Lamentablemente esto no ha sucedido y en cambio, ha tenido como respuesta la arremetida desproporcionada de la fuerza pública, junto a una evidente y sistemática violación de derechos humanos, que además ha desatado la tensión entre derechos de diversa indole, que solo pareciera tener una salida, el diálogo.
Ese clamor popular ha ido madurando en pliegos de peticiones y diversos reclamos que se consolidan y se identifican con los derechos humanos invisibilizados, que exigen una gran revolución democrática y que parten de una premisa básica, que se cumpla la Constitución de 1991, más que en pensar en una reforma a corto plazo.
En mi visión personal, uno de esos derechos es el Derecho a la Ciudad, uno inclusive relegado de la escena jurídica y política, y no consagrado así directamente en nuestra carta política, pero que se nutre de dos derechos colectivos esenciales; el goce a un medio ambiente sano (Art. 79 C.P.), y la garantía de integridad y uso común del espacio público (Art. 82 C.P.). Esta trilogía de derechos parece cobrar cierto protagonismo en la escena actual.
Uno de los actos de reivindicación más disruptivos de la protesta en Cali fue el derribo de la estatua de Sebastián de Belalcázar y que despertó distintas reacciones, sin embargo, todo parece conducirnos a una reflexión, el espacio público es de todos y al mismo tiempo no es de nadie. Bajo esta idea, no debemos rendirle homenaje al individuo en la plaza pública, menos eternamente. Sin embargo, este acto simbólico debe reorientarse a través de un proceso democratico de deconstrucción y construcción del espacio público existente. Parece evidente la necesidad de mayor participación democrática en los procesos generadores del espacio público de las ciudades, así como su planificación y ordenación, respetando la diversidad, la multiculturalidad y la pluralidad de los territorios.
Esa necesaria participación democrática en la configuración del espacio público es un reflejo de la crisis del Estado y del modelo democrático, que cubre las dinámicas de planificación, ordenación y desarrollo de las ciudades en términos de calidad de vida y sostenibilidad. Tenemos entonces una ecuación perversa que nos lleva a un sin futuro para las generaciones venideras; i) Una precaria participación democrática en la construcción de los instrumentos de planificación (planes de ordenamiento territorial – Ley 388 de 1997), ii) Un excesivo tecnicismo deslegitimador de las normas urbanísticas locales que poco aporta al ordenamiento de los territorios y iii) la imposibilidad de generar mayor calidad de vida para todos, de preservar el medio ambiente, de garantizar las infraestructuras de servicios públicos, de preservar los bienes de interés cultural e histórico y de generar más y mejor espacio público para el goce y disfrute de la ciudadanía.
Este último es un clamor directo de los más de 20 puntos de resistencia en la ciudad, que parecen pedir a gritos más espacio público, más plazas públicas, en concreto se reclaman ágoras universales.
El concepto de espacio público se ha caracterizado por su origen político y por su amplio contenido teórico. Es este históricamente un espacio político y sobre todo democrático, que hoy exige una configuración abierta y multicultural, desprovista de protagonismos, de ideologías y de consagraciones individualistas, que de ninguna manera pueden coartar la identidad cultural, religiosa, social, política, étnica, racial, ni sexual, y que debe aportar bases sólidas para la construcción de tejido social y de espacios de diálogo.
Algunos de los puntos de resistencia consolidados en distintos sectores de la ciudad son Puerto Resistencia, Paso del Comercio, Siloé, La Luna, La Loma de la Dignidad, Melendez, Puente de las Mil Luchas, La Portada, Univalle, Cuatro Esquinas, Andrés Sanin, Puerto Madera y otros no menos importantes y que han sentado sus gritos de protesta sobre las vías, glorietas y en pocos casos en parques públicos. Desde una óptica de ciudad, me gustaría enfocarme en algunos puntos que evidencian un clamor especial por más y mejor espacio público, sin desconocer de ninguna manera lo especial de cada uno de ellos.
Puntos como Puerto Resistencia, Siloé, La Portada, la Luna y La Loma de la Dignidad, son muestra de un clamor desde el espacio público, posible de leer así también en el actual Plan de Ordenamiento Territorial de Cali ( POT – Acuerdo 0373 de 2014), que en su mapa número 39 señala las zonas priorizadas para realizar proyectos de espacio público o mejor, las zonas con déficit de espacio público, que ponen de manifiesto la extrema precariedad cuantitativa de estos espacios, y al mismo tiempo estas imágenes, permiten identificar el espacio público existente en otros sectores y no precisamente de espacio público generoso.
Es así, como en los barrios circunvecinos a “Puerto Resistencia”, ubicado en una intersección vehicular importante y entrada al oriente de la ciudad, vemos cómo Mariano Ramos, Ciudad Córdoba, Unión de vivienda popular, Antonio Nariño y el Vergel, son determinados como zonas deficitarias de espacio público, sin embargo, Republica de Israel, la Independencia, el Retiro y el Vallado que no son así considerados, no son precisamente un santuario del espacio público.
“Puerto Resistencia”
Siloé es también una clara manifestación por el espacio público, cuyo punto se establece sobre una glorieta en plena Avenida Circunvalar. Este sector no solo carece de espacio público en sentido estricto, sino también de equipamientos públicos de calidad. No es casualidad que sea uno de los sectores donde la arremetida de las autoridades haya sido la más violenta y haya cobrado un gran número de vidas humanas, dejando una herida profunda en la legitimidad de las instituciones en contra de los jóvenes. No sobra decir que los suelos de la comuna 20 presentan amenaza alta por fenómenos de remoción en masa o deslizamiento, incluso no mitigable, y que conservan gran parte de la comunidad como víctimas reiterativas del cambio climático y una muestra de la incapacidad estatal de generar vivienda social.
Siloé
En la portada confluye toda una población asentada en la ladera y parte de una población rural de algunos de los corregimientos más bellos de la ciudad, que al igual que en Siloé, se ven seriamente afectados no solo por la carencia de espacio público y por el déficit cualitativo del mismo, sino por el riesgo y la amenaza de movimientos en masa, en gran medida no mitigable, que impide intervención en los sectores, claramente expuestos a los embates del cambio climático. Este punto converge en una pequeña glorieta en la que se asienta el monumento a Maria Mulata de Enrique Grau.
“La Portada“
La Luna es un sector consolidado de la ciudad, con infraestructura determinada al final de la primera mitad del siglo pasado, de barrios mayoritariamente obreros que hoy cuentan con un aumento considerable de la densidad para la que fue concebida, que hacen de éste un claro ejemplo de la falta de respuesta estatal a los procesos urbanísticos para ordenar el crecimiento de la ciudad y mitigar la precarización de las infraestructuras desbordadas por las necesidades de sus habitantes, sin embargo, no aparece marcada como zona deficitaria de espacio público a pesar de la escasez de puntos “verdes”.
“La Luna“
Tal vez uno de los sectores con mayor historia de resistencia corresponde hoy al sector histórico de la ciudad, en el que confluyen artistas y artesanos, estudiantes universitarios y de los colegios más emblemáticos de la ciudad; Santa Librada, La Normal Superior y el Antonio José Camacho, vecinos y residentes de los barrios históricos y otros espontáneos que cuentan con espacios públicos pequeños pero de un gran significado y valor histórico. La otrora llamada Loma de la Cruz se consolida desde hace algunos años como un espacio multicultural y diverso. En el Parque de los Estudiantes, donde habita el monumento a Jovita Feijó, una pequeña plazoleta abrumada por los puentes elevados de la Calle 5, que en el siglo pasado cercenaron el parque dando prioridad a las vías, confluyen estudiantes llenos de “ardor juvenil hecho llama” (Coro del himno del Colegio de Santa Librada), artistas y cultura. Esta es también una zona con déficit cuantitativo, pero cualitativamente poderosa.
“Loma de la Dignidad“
Sin duda, desde el derecho de ciudad, otros análisis son posibles, como por ejemplo, la necesidad de fortalecimiento de la seguridad alimentaria que pasa por el mejoramiento de las plazas de mercado y los mercados móviles, así como la posibilidad de mejor aprovechamiento del espacio público como parte de una medida necesaria desde hace varios años y que permite la reactivación económica de la ciudad, la urgencia de nuevos espacios culturales y artísticos, así como las bibliotecas que se han venido estableciendo en algunos CAI’s de la ciudad.
Sin embargo, el espacio público como concepto, abarca diversas manifestaciones de la ciudadanía, como esa expresión democrática de la protesta imposible de eclipsar, que permite resignificar los espacios ciudadanos hoy convocados, reivindicar la conciencia colectiva y sobre todo democratizar el espacio público desde toda óptica, incluso desde su concepción, que lejos de enaltecer individuos, busque enaltecer la cultura, la educación y la democracia.
En consecuencia, los gobiernos más cercanos deberán propender por consolidar los espacios ya reclamados por la ciudadanía, y propiciar ¿por qué no?, una plaza pública en Puerto Resistencia, en Siloé, en la Luna, en la Portada, en la ampliación del corredor cultural y artístico de la Loma de la Dignidad y el Parque de los Estudiantes, y así, en los distintos puntos de resistencia, respondiendo a un déficit cuantitativo y cualitativo de espacio público de la ciudad, que ya es una conquista en el imaginario del estallido social.
Julián Alejandro Bonilla Escobar
Abogado
Especialista en Derecho Urbano
CEO Cívitat s.a.s.